[7] La piscicultura se desarrolló en gran medida durante la Edad Media, especialmente el cultivo de carpas y truchas.
La cría en agua salada se expandió durante el siglo XV en el Mediterráneo, el Atlántico sur y el sureste asiático, desde Indonesia hasta Taiwán.
En la Edad Moderna se encuentran ejemplos de establecimientos dedicados a la repoblación de peces, como la piscifactoría Heninque en Francia, que se enfocaba en especies fluviales, y el criadero en La Granja en España, financiado por la monarca Isabel II.
[7] Según el biólogo Edwin Pister, la repoblación generalizada de truchas en Estados Unidos se remonta al siglo XIX.
[12] En Latinoamérica desde las últimas décadas del siglo XX la acuicultura se orienta a la piscicultura de repoblación.
[14] En Japón, entre otras especies, se introducen a las costas pargo (Pagrus major) y platija japonesa (Paralichthys olivaceus) para complementar las poblaciones silvestres.
Por ejemplo, en África tuvo éxito la introducción de Limnothrissa miodon en los lagos Kivu y Kariba,[17] lo que aumentó diez veces su productividad pesquera.
[19] La mayoría de las introducciones tienen una o varias iteraciones, hasta que la nueva especie esté establecida y pueda mantener un censo constante mediante reproducción natural.
El principal objetivo de la repoblación, no obstante, suele ser la mejora: es decir, maximizar las capturas para la pesca comercial y recreativa.
Esto puede derivar en una peor nutrición, ya que sus presas habitualmente no sufren el mismo proceso.
Este proyecto también incluye especies autóctonas, como el pez cabeza de serpiente (Channa striata).
[20] Las especies más comunes que se utilizan suelen ser depredadores agresivos que pueden reemplazar a las poblaciones nativas, como la trucha de arroyo (Salvelinus fontinalis), la trucha de lago (Salvelinus namaycush) o el lucio del norte (Esox lucius).
[20] La introducción de peces también puede implicar un desequilibrio y daños irreversibles en la ecología del agua natural.
Este equilibro toma en cuenta muchos factores, como la química del agua, la presencia de plantas acuáticas, algas, organismos microscópicos, invertebrados, peces y otros animales.
[20] La diversidad genética es necesaria para la adaptabilidad de las especies al cambio ambiental, la contaminación, enfermedades, parásitos y plagas.
Los resultados reflejaron un aumento en la diversidad genética y una disminución del doble entre las aguas repobladas en comparación con las que no pasaron por esta práctica.
Las poblaciones introducidas se caracterizaron por una mezcla significativa, tanto a nivel colectivo como individual.
En algunas regiones se regula este aspecto, por ejemplo, la legislación europea (Directiva 2006/88/CE) impone controles estrictos en los criaderos para enfermedades virales de declaración obligatoria (septicemia hemorrágica viral, necrosis hematopoyética infecciosa y herpesvirus koi), que incluye un proceso de certificación.
[34] Es habitual que agentes etiológicos latentes no se detecten en individuos en apariencia saludables; en estas situaciones, los patógenos podrían terminar en el medio acuático de forma accidental.
Aunque los peces no presentaron signos clínicos, tras distintas pruebas bioquímicas y serológicas se encontró la presencia de Aeromonas salmonicida en todas las muestra, el agente etiológico del ántrax (forunculosis).