Se ordena a los científicos en la nave espacial orbitando el planeta, que no interfieran y se limiten a observar, pero uno de ellos, Don Rumata, viaja a la superficie del primitivo planeta para observar el comportamiento de los humanos y trasmite todo lo que pasa con una cámara de video instalada en el interior de su ojo, pero al final él se hastía de esta situación y se ve tentado a tomar partido, para defender a un pueblo oprimido por una élite política corrupta.
[3] La estética del filme, caracterizado por largos travellings y planos secuencia que rompen con la cuarta pared, ha sido descrita por Peter Bradshaw en estos términos: “Cada toma es una visión del pandemónium: una insondable composición de claroscuro en la que perros, gallinas, búhos y erizos comparten las mismas condiciones con los embrutecidos humanos, reducidos a semibestias.
La cámara recorre fluidamente este panorama de caos y los personajes, tanto los importantes como los irrelevantes, se asoman atónitos a su lente, como transeúntes en un documental”.
[5] Con esta última comparte su carácter de ciencia ficción y su azarosa producción; pero a diferencia del director polaco, atraído por los aspectos simbólicos de la historia narrada, Aleksei German desarrolla un materialismo radical en el que lo viscoso (sangre, barro, mucosidad) toma un insólito protagonismo, al mismo tiempo que algunos de sus encuadres se inspiran en las escenografías infernales de El Bosco y Brueghel el Viejo.
[6] Al igual que sucede en Marketa Lazarova, la trama queda en segundo plano y resulta confusa para el espectador cuanto menos en un primer visionado, puesto que el interés del cineasta es que aquél se sienta inmerso, durante casi tres horas, en una espiral de locura y violencia irresolubles.