Considerada como uno de los primeros antecedentes del género de plaza mayor, generalizado en España y América a raíz del creado en Valladolid tras el incendio de 1561, apunta su configuración en torno al siglo XIII.
Con las ordenanzas dictadas tras el incendio de aquel año, empieza a advertirse una preocupación por regularizar los pórticos, aleros y alturas no sólo en la plaza sino también en las calles que a ella confluyen, en su totalidad asoportaladas.
El Ayuntamiento acuerda que sólo se mantengan los soportales de la plaza, derribándose los de las calles confluyentes para conseguir una mayor amplitud del viario público.
Hay que advertir, por último, que la plaza mayor ha sido siempre el gran patio urbano de la villa; acontecimientos religiosos, festivos, taurinos y, cómo no, feriales-mercantiles han tenido en ella el espacio adecuado tanto por su amplitud como por su disposición urbana a lo largo de todas las épocas.
Así recordemos su condición de escenario de grandes juegos de lanzas y cañas o representaciones alegóricas con motivo de bodas o nacimientos reales, corridas de toros con suertes ya perdidas pero bien reseñadas en las viejas crónicas, etc., cuyo esplendor queda patente en las amplias balconadas levantadas en sus fachadas, siempre disputadas tanto por las autoridades civiles y religiosas, como por personas particulares a través del denominado derecho de balconaje todavía en vigor en algún caso.