Durante este periodo, como ha señalado la historiadora Marie-Françoise Baslez, no existió una única organización cristiana centralizada, una única «Iglesia», sino que «la Iglesia estaba constituida por comunidades locales, más o menos autónomas».[…] Se puede entonces concluir [que se produjo] una lenta y relativa estructuración de la Gran Iglesia, que sin embargo no se inscribe en un espacio unificado, “ecuménico” en el sentido geográfico del término… El cristiano de los primeros siglos tiene la convicción de pertenecer a una Iglesia universal a través de su compromiso con su Iglesia local».[2] Desde finales del siglo II se celebraron sínodos (o «concilios», en latín) de obispos a escala local o regional que se ocuparon de disputas doctrinales o disciplinarias que se zanjaban mediante la publicación de una carta colegiada «sinodal».Los acuerdos adoptados, votados por mayoría, tenían un carácter «universal» y debían ser observados por las iglesias locales —de ahí que la carta sinodal funcione como una «carta católica», término que comienza a emplearse a finales del siglo II—.Los sínodos celebrados en esa provincia no ratificaron su iniciativa y la respuesta de Victor fue excomulgarlos, lo que en la época significaba quedar excluidos de su red epistolar.[…] Al final del siglo IV, la Iglesia católica no está todavía centralizada.