Aunque las cinco categorías quedan bien definidas desde Palimpsestos, no es sino hasta 1987, en su libro Umbrales, que Genette elabora de manera amplia un estudio sobre la segunda clase: paratextualidad.
En la introducción de este libro, Genette explica que si bien una obra literaria consiste en un texto verbal con una determinada significación, este texto no se presenta sin el acompañamiento y refuerzo de ciertas producciones “que no sabemos si debemos considerarlas o no como pertenecientes al texto, pero que en todo caso lo rodean y lo prolongan precisamente por presentarlo”.
[1] En Palimpsestos, Genette enumera: “título, subtítulo, intertítulos, prefacios, epílogos, advertencias, prólogos, etc.; notas al margen, a pie de página, finales; epígrafes; ilustraciones; fajas, sobrecubierta, y muchos otros tipos de señales accesorias, autógrafas o alógrafas”,[2] etcétera.
[5] Ésta es la parte del paratexto que le da presencia a la obra, pues “asegura su existencia en el mundo, su ‘recepción’ y su consumo, bajo la forma (al menos en nuestro tempo) de un libro.
[8] A continuación se presentan algunos ejemplos de peritexto: Genette define el segundo componente del paratexto, el epitexto, como “todo elemento paratextual que no se encuentra materialmente anexado al texto en el mismo volumen, sino que circula en cierto modo al aire libre, en un espacio físico y social virtualmente limitado”.