Durante mucho tiempo, la propaganda estatal había creado un clima en el que se consideraba intolerable que los extranjeros ocuparan puestos directivos en una iglesia, como todavía ocurría a gran escala en la Iglesia católica.
Este los aceptó e inmediatamente cubrió los puestos vacantes con ordinarios japoneses, quienes inicialmente administraron las diócesis y prefecturas solo como administradores.
Los obispos permanecieron a su lado como vicarios generales o consejeros.
Asimismo, los directores de las escuelas católicas transfirieron la dirección a los sacerdotes japoneses.
[4] Participó en el cónclave de 1963 que eligió a Pablo VI.