Durante las décadas de 1980 y 1990 en varias ciudades europeas sus gobernantes empezaron a preocuparse por la calidad del aire que respiraban sus habitantes[cita requerida].
Se observó que los malos olores que se generaban en sus ciudades provocaban malestares dentro de la población: dolores de cabeza, molestias respiratorias y alteraciones psicológicas.
Gracias a estas investigaciones los gobiernos de estas ciudades se percataron que los malos olores afectan el bienestar y calidad de vida de las personas.
Debido a la unión e investigación de estos países se pudo crear en el año 2001 la nueva norma internacional (EN 13725) que rige dentro de la Unión Europea.
Hay dos tipos diferentes de olfatómetros.