Fue ganadora del Premio Olimpia de oro (máximo premio deportivo de Argentina) en 1995, concedido al mejor deportista del año.
En 1986, impulsada por su deseo de competir en los Juegos Olímpicos, algo que su deporte le impedía por no estar reconocido como disciplina olímpica, intentó sin suerte dedicarse al atletismo.
Retomado el patín, en 1988 volvió a consagrarse campeona mundial en 300 m contra reloj (Italia), logro que repitió al año siguiente, en la misma prueba, en el Campeonato Mundial de Nueva Zelanda.
Fue designada para encender el pebetero en los Juegos Panamericanos de 1995 celebrados en su ciudad natal.
Ese mismo año, recibió el Premio Olimpia de oro, máximo premio deportivo de Argentina, concedido al mejor deportista del año, habiendo también recibido cinco veces el Premio Olimpia de plata como la mejor deportista del año en patín.