Aunque nació en Irlanda, Nora Barnacle vivió la mayor parte de su vida en el extranjero, principalmente en Suiza.
Nora vivía entonces con su madre y su tío Tom Healy, en la calle Bowling Green, en la ciudad de Galway.
Esta coincidencia es destacada por el traductor José María Valverde en su prólogo al Ulises.
Joyce contó que Nora extrajo de él sentimientos y emociones que no había experimentado hasta entonces, compartiendo con ella cuanto detalle de su vida personal podía, describiéndola como «el alma más hermosa y sencilla del mundo».
Joyce y Nora no volvieron a separarse desde entonces hasta la muerte de Joyce y si bien es cierto que vivieron juntos la mayor parte de su vida, no se casaron hasta 1931.
Esa noche en Zúrich, Joyce escribió a su hermano Stanislaus que Nora había dejado de ser virgen.
Al día siguiente los amantes marcharon a Trieste, parte del Imperio austrohúngaro, donde Joyce dio clases privadas de inglés.
Un oficial naval que vio a la pareja en un barco dijo no estar seguro si contemplaba un suicidio o un asesinato, al ver a la novia arrastrar tan deplorable equipaje, vestida con un peto de hombre y un viejo sombrero de paja.
Ésta amenazó con irse, pero por un lado estaba emocionalmente comprometida con su pareja y, por otro, volver a Dublín o Galway sería demasiado conflictivo en la cerrada sociedad católica de Irlanda, por la razón de que se sabía públicamente que estaba viviendo en concubinato.
Nora, Giorgio, James y Stanislaus se mudaron a Roma donde la situación económica empeoró, en comparación con Trieste.
Nora quedó embarazada por tercera vez, perdiendo el bebé antes de que naciera.
La relación entre Nora y su marido era muy compleja, principalmente debido a sus diferentes personalidades, gustos e intereses.
Joyce quedó prácticamente ciego los últimos años de su vida y era Nora la que le acompañaba a todas partes.
En este viaje Joyce conoció a la familia de Nora, con la que hizo buenas migas.
Sorpresivamente, y con palabras directas, Nora, bien en un momento de deseo extremo o bien para conservar a su marido fiel y excitado por ella mientras permanecía lejos en Dublín, le escribió expresándole su deseo de que él se masturbara.
[5] Joyce nunca ofreció esas cartas a nadie, aunque tampoco se aseguró que fuesen quemadas.
Nora no se sentía cómoda cuando asistía a reuniones con su esposo y otros artistas.
En 1922, en el que sería su último viaje a Dublín, Nora y los niños le acompañaron.
Nora se quedó en Galway mientras Joyce intentaba publicar el libro Dubliners (Dublineses).
Para el comienzo de la Primera Guerra Mundial, Nora y su familia se mudaron nuevamente a Zúrich, donde vivieron durante siete años mientras Joyce trabajaba escribiendo Ulises.
Otro desafío para la ahora mundialmente conocida familia, era la enfermedad mental de su hija Lucia, a quien su padre apodaba la «asombrosa salvaje» (en inglés wonder wild).
[17] Nora insistía en que la joven debía ser hospitalizada, pero Joyce se oponía continuamente.
Lucia también tuvo romances de corta duración con dos hombres, Alexander Calder y Albert Hubbell.
[11] Lucia fue, desde su nacimiento, una niña enfermiza y con estrabismo, más acentuado que el de su padre.
Giorgio era un bebé saludable, aunque flaco, y creció apegado a su hermana, que nació dos años después.