Murallas de Alicante

El primer perímetro amurallado tuvo su origen en la antigua medina musulmana de Laqant.

Los musulmanes de la época eligieron la ladera del monte Benacantil para establecer su asentamiento principal, una decisión estratégica que les permitió aprovechar la elevación y las características naturales del terreno para la defensa.

La alcazaba, situada en la cima del Benacantil, no solo funcionaba como fortificación militar, sino que también se utilizaba como almacén de cosechas.

Esta nueva estructura surgió como respuesta a la necesidad de proteger la creciente "Villa nova" cristiana, que se desarrollaba en el área anteriormente ocupada por el arrabal musulmán, justo al salir de la antigua medina.

Así, los castellanos decidieron construir un segundo anillo de muralla que sirviera para proteger tanto la nueva villa como su puerto emergente.

Estos restos incluyen también un segundo antemuro, que contaba con un Cuerpo de Guardia, una estructura defensiva desde la cual se podía vigilar la entrada a la ciudad desde el mar.

Aunque de esta puerta no se conservan elementos estructurales, su nombre persiste en la plaza que hoy la conmemora.

Durante el siglo XIV, la ciudad sufrió graves daños debido a la Peste Negra y la Guerra de los Dos Pedros.

No solo protegía la ciudad de invasores, sino que también controlaba el acceso a las rutas comerciales marítimas y terrestres, asegurando el crecimiento económico y la estabilidad política de la villa.

Además, la expansión del sistema defensivo reflejaba la importancia creciente de Alicante como un puerto estratégico en la costa mediterránea.

Este anillo de murallas, con sus puertas, torres y cuerpos de guardia, no solo sirvió como un baluarte contra las amenazas externas, sino que también simbolizó la consolidación del poder cristiano en la región.

Estas circunstancias llevaron a la decisión de fortalecer las defensas con un tercer anillo de murallas, diseñado para abarcar las nuevas áreas urbanas y asegurar una mayor protección contra las amenazas marítimas.

Los baluartes y torreones no solo servían para repeler a los atacantes, sino que también aseguraban que cualquier intento de asedio se enfrentara a una defensa organizada y bien equipada.