Las comunidades que permanecían unidas a Constantinopla eran algunos pequeños núcleos en Egipto y otros más numerosos en Siria.
Al principio, las diversas iglesias melquitas de Siria, Palestina y Egipto conservaban su propio rito y disciplina, pero, andando el tiempo, la iglesia de Constantinopla se afirmó como predominante entre las demás iglesias melquitas, y éstas acabaron por aceptar el rito y la disciplina constantinopolitanas, con lo que el término melquita vino a designar a los cristianos de rito bizantino que vivían fuera del patriarcado de Constantinopla.
La dominación árabe (a partir del s. VII) inclinó más aún hacia Constantinopla esta inicial tendencia de sirios, egipcios y jerosolimitanos helenizados, porque sobre ellos descargó mayor animosidad, dado que ante los árabes aparecían como sospechosos políticos por su parentesco con Bizancio.
Las cruzadas favorecieron, asimismo, el aumento de la influencia bizantina sobre los melquitas porque, no tolerando los latinos que vivieran altas jerarquías griegas donde ellos implantaban las latinas, aquellas se vieron forzadas a vivir, a veces, en la capital del Imperio, Constantinopla, que les recibía y defendía como iglesia protectora (cfr.
Desde el siglo XVII una parte de los melquitas volvió a la unidad con Roma.
En 1829 los melquitas católicos pudieron, como los demás cristianos, organizarse en grupo civil bajo su propio Patriarca (concesión otomana), y en 1833 la sede patriarcal quedó establecida en Damasco.