Marx y Hegel

Marx mismo reconoció siempre su deuda intelectual con el famoso filósofo que había dominado el pensamiento alemán las primeras tres décadas del siglo XIX, de quien tomó no solo su dialéctica sino también una visión de la historia como un proceso dividido en tres grandes fases que progresivamente lleva hacia un estado de plenitud humana.

En Alemania, que por esos tiempos mostraba un notable retraso frente a los avances económicos de Gran Bretaña y a las transformaciones políticas francesas, será en el terreno de la filosofía donde se realizaron los avances más importantes, dando origen a una pléyade de pensadores que para siempre marcarán el pensamiento europeo y mundial.

Este proceso fue iniciado por Immanuel Kant y su llamado a emprender, mediante la Aufklärung (Ilustración; literalmente significa “hacer claridad”), una reforma radical del pensamiento tradicional.

Ahora bien, el parentesco entre estos tres pensadores va mucho más allá de esto.

[6]​ El anuncio del milenio es, sin embargo, algo distante en Kant, casi teórico.

Sin embargo, su herencia no tardaría en evolucionar hacia la actualización (con Hegel) y realización revolucionaria (con Marx) del sueño de una realización plena de las potencialidades humanas en una sociedad sin conflictos ni contradicciones.

El sistema de Hegel se basa, para decirlo muy sumariamente, en lo que se puede llamar “panlogismo”,[7]​ donde una y la misma razón, un logos común, une a todo lo existente y encuentra su expresión sublime en la mente humana que, justamente por compartir la esencia de todo lo existente, lo puede comprender plenamente llevándolo a su nivel más alto de desarrollo o “autoconciencia”.

En este sentido se puede decir que toda su obra lógica no es sino un prólogo a su visión de los avatares de la historia humana, en la cual el logos o “la Idea”, como él lo llama, se realiza plenamente y se autocomprende, llegando así a asumir la forma del “Espíritu absoluto” según la terminología hegeliana.

Estas posibilidades existen en forma latente desde un comienzo y no hacen sino manifestarse o realizarse en el curso de la historia.

Este fue el concepto mediante el cual Hegel construyó una concepción histórica en que se va progresando mediante la destrucción del estado preexistente de cosas pero sin que ello implique una pérdida de lo positivo ya alcanzado.

Este Estado era sin duda perfectible en sus detalles pero como estructura era, tal como la filosofía misma de Hegel, insuperable.

La obra que más directamente influirá la formación del pensamiento de Marx es aquella en que el esquema histórico de Hegel había encontrado su expresión dialéctica más brillante: la Fenomenología del espíritu (1807).

Para ello debía surgir una individualidad opuesta al todo y la sociedad debía escindirse en individuos, familias, grupos o clases contrapuestas y caer presa tanto de conflictos internos como externos.

Ahora bien, todo este trabajo consigo mismo conduce al Espíritu a su tercera fase, el momento de su reconciliación definitiva bajo la figura del Estado racional (prusiano).

Ahora bien, como ya lo sabemos, la dialéctica histórica exige que se rompa este estado de unidad inmediata del hombre consigo mismo y sus productos.

De esta manera la vida misma, que no es sino el reflejo del trabajo, se aliena.

Entramos con otras palabras a lo que en la Fenomenología se llamaba la fase del “Espíritu extrañado de sí mismo”.

La similitud con Hegel es tal que Marx incluso usa preferentemente el concepto específico de Hegel, Entfremdung (“extrañamiento”, en el sentido de hacerse extraño a sí mismo), para definir la alienación o enajenación.

Con el surgimiento del trabajo alienado se escinden las partes del todo y los individuos se separan de la especie perdiendo así su cualidad fundamental como seres humanos que reside justamente en esa relación.

Es por medio de esa dialéctica que el ser humano “realmente exterioriza todas sus fuerzas como especie (Gattungskräfte)”.

Más tarde Marx llamará a este proceso “la prehistoria de la sociedad humana”, la cual se cierra con el paso al comunismo que pone fin a toda separación entre los hombres y su especie.

El comunismo es la forma necesaria y el principio enérgico del próximo futuro...”[13]​ La solución que Marx le da al problema de la alienación sigue consecuentemente la argumentación precedente sobre la primacía del trabajo como base y paradigma de toda la vida social.

Al eliminar el elemento que divide a los seres humanos en su esfuerzo vital productivo, al reunirlos productivamente como especie, se instauran las condiciones de una vida no extrañada, donde el hombre puede vivir como ser realmente humano, es decir fundido o hecho uno con la especie.

Se trata del momento negativo de la tríada dialéctica que, como tal, es al mismo tiempo el momento del desarrollo más intenso en el cual el dolor, la opresión, la miseria y las guerras se revelan como los agentes indispensables de un progreso que Marx mismo, en un famoso artículo sobre la dominación británica en la India, describe como “ese horrible ídolo pagano que sólo quería beber el néctar en el cráneo del sacrificado.”[15]​ Este período dramático, este enorme sacrificio de generaciones y generaciones es, sin embargo, la preparación de la futura felicidad, del tercer estadio de la evolución humana.

El capitalismo o “período burgués” juega en esta evolución un papel notable, mostrándose como la culminación apoteósica del desarrollo bajo su forma contradictoria y la antesala de un nuevo paraíso terrenal.

El capitalismo lleva a un extremo la explotación y la polarización social pero al mismo tiempo desarrolla las fuerzas productivas de la humanidad más que ningún otro sistema.