Chéjov lo encontró extremadamente divertido, guardó la tarjeta y prometió utilizar de alguna manera ese nombre inusual.
Nikolai se obsesionó con la idea de regresar al campo donde él y su hermano habían pasado su infancia feliz.
Ivan Ivanovich cuenta cómo visitó a Nikolai y cómo lo deprimió ver a este hombre aparentemente feliz, ahora gordo y flácido, viviendo en lo que él imaginaba que era su paraíso terrenal, refiriéndose a sí mismo como "nosotros, los nobles" y experimentando una alegría pura que le hacía llorar de felicidad cuando su cocinera, tan gorda y parecida a un cerdo como él, le servía un plato lleno de grosellas.
La historia fue ampliamente discutida por los críticos contemporáneos y recibió en su mayoría reseñas positivas.
"Nikolai Ivanovich es un representante perfecto del mismo mundo donde [Belikov] durante quince años ha estado exterminando en sí mismo todas esas cosas que elevan a un hombre por encima del nivel más bajo y básico de una existencia sin sentido", argumentó Bogdanovich.
"Nikolai Ivanovich es un representante perfecto del mismo mundo donde [Belikov] durante quince años ha estado exterminando en sí mismo todas esas cosas que elevan a un hombre por encima del nivel más bajo y básico de una existencia sin sentido", argumentó Bogdanovich.
Un análisis igualmente detallado pero menos elogioso provino de Birzhevye Vedomosti y del crítico Alexander Izmaylov, quienes vieron la historia como otro síntoma del autor sumergiéndose aún más en la melancolía y la miseria.