Estos dos momentos están íntimamente relacionados con la composición de dos obras artísticas: una pintura y unas memorias.
Ya en su senectud, casi ciego, David deja de pintar, pero no renuncia a la creación artística y escribe sus memorias.
En estos se desarrollan paralelamente dos anécdotas: primero, la que tiene que ver con David, el pintor que espera el fin del sufrimiento de su hijo Jacobo, quien tras un accidente automovilístico ha quedado sin la movilidad de los miembros inferiores y con dolores insoportables; la segunda anécdota ocurre casi dos décadas después, en La Mesa de Juan Díaz, una población rural colombiana en la que David, casi ciego y tras haber logrado un gran reconocimiento como artista plástico, se radicó para esperar su propia muerte.
Aunque en la novela se diferencian con facilidad dos planos temporales distintos, resulta interesante observar cómo González los relacionó y asoció para que el lector no descubra, sino hasta el final de la novela, cómo terminan las vidas de Jacobo y David.
La novela empieza con dos epígrafes:Si las puertas de la percepción se depurasen, / todo aparecería infinito al ser humano.
Los últimos fragmentos narran la estancia de David en La Mesa, sin su esposa quien ya ha muerto, mientras escribe unas memorias sobre toda su vida.
La novela termina con un David ciego, pero feliz pues ha terminado sus memorias gracias a la ayuda de Ángela, su escribana, quien a pesar de no tener buena ortografía puede concluir la novela y las memorias así: "¡Marabilloso!".
En este sentido, los dos epígrafes de la novela la resumen, pues las puertas de la percepción a las que se refiere Blake leído por Tomás tienen que ver con la capacidad del artista de hacer sus obras, pues su aspiración al infinito lo llevan a disolver en la vida misma las barreas entre lo negativo y lo positvo.
El segundo epígrafe trata justamente del proceso de esta depuración: una combustión que, como casa en llamas, lo transforma todo, mas no lo destruye.