La bolsa de huesos

El detective es aquí, en cambio, un médico y novelista, que realiza la búsqueda guiado por móviles absolutamente ajenos a toda institución represiva del delito.

Cuando el médico (narrador y protagonista de esta historia) ordena los huesos, descubre que al esqueleto le falta la cuarta costilla.

La procedencia de ambos esqueletos es, asimismo, llamativamente semejante; además a ambos les falta la cuarta costilla izquierda.

Gracias a estos datos, a los exclusivos –dejando de lado al asesino– conocimientos del narrador sobre un veneno que había escapado a la sabiduría de la ciencia y, fundamentalmente, merced a las teorías frenológicas, logra nuestro médico y novelista resolver el caso: una tal Clara T. (cuyo nombre estaba en el trozo de carta encontrado por el narrador), despechada por haber sido engañada y abandonada por Nicanor B., había emprendido la venganza contra este y contra cualquiera que se le pareciera.

Travestida como Antonio Lapas, ganaba la amistad de sus víctimas, para luego descubrirse como mujer, enamorarlos, asesinarlos posteriormente con su veneno peruano y sacarles la cuarta costilla izquierda.

'La novela -me decía no hace mucho uno de mis amigos más espirituales- es la epopeya moderna en prosa'.

El detective pregunta: “Dígame, señorita ¿qué se proponía usted al eliminarles la cuarta costilla izquierda?”.

Sin embargo, las palabras finales del cuento aluden a la existencia de un segundo misterio.

[6]​[7]​ Holmberg termina la historia con una alusión al inicio del relato cuando el protagonista toma un descanso de sus escrituras para escuchar el viento y en ese momento grita la lechuza y observa la bolsa de huesos.

Sentado en su escritorio, él queda aturdido, y confiesa al mirar la bolsa: “No encontraba los giros naturales, ni las palabras propias”.

En la bolsa de huesos, Holmberg entrama ambas figuras y narra ese accionar médico en clave policial.