Se trasladó a Mallorca, donde vivió tantos años que incluso hubo quien lo tuvo por natural de esa isla.
Respecto a los jesuitas, polemizó sobre la ciencia media o disputa de auxiliis (1582-1607) recurriendo incluso a infundios e inexactitudes en su Teatro jesuítico (1654), que fue traducido al holandés y posteriormente mandado quemar por la Inquisición, y Barragán Botero.
No menor inquina vertió contra el franciscano Raimundo Lulio, que plasmó también en el libro Su oro al César y a Dios su gloria (1662).
Sin embargo, una grave enfermedad le hizo recapacitar y se retractó de todos esos escritos en el folleto Advertido entendimiento y última voluntad.
[2][3] A su muerte, un tal T. Cano imprimió un Llanto lúgubre del Real Convento de San Pablo de Córdoba por la pérdida de su ilustre hijo el M. R. P. Fray Juan de Rivas y Canasquilla.