Dos años después entra en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde toma clases con José Cuneo.
Su importancia en el taller es destacada por uno de los especialistas en su obra, Ángel Kalemberg: “Desde su ingreso intervendrá en todas las actividades del Taller, en sus publicaciones, exposiciones, realización de murales o tareas docentes”.
[3] En 1955 realiza una exposición en Roma, ese año se produce un importante cambio en su obra cuyo principal motor fue el reencuentro con sus raíces judías durante su estancia en el kibutz Ramot Menasche en Israel, donde ya vivía su hermana.
En septiembre llega a Nueva York por unos meses, donde reside con unos familiares, integrándose rápidamente en la vida de la gran ciudad estadounidense.
Su legado abarca pintura, cerámica, madera y murales, donde expresa la influencia de Joaquín Torres García con sus propias características, hasta su evolución en la que se plasma su origen y raíces judías.
[4] Entre las diferentes personalidades de la cultura que han escrito sobre su obra figuran Juan Manuel Bonet, Ángel Kalenberg, Alicia Haber, Xavier Barral, Hugo Achugar, Guido Castillo, Marcos Ricardo Barnatán, Numen Vilariño, Alfredo Testoni y Rafael Lorente Mourelle, entre muchos otros.
Entonces es cuando aplica el constructivismo aprendido a la realidad magmática de la vida y halla un orden estético que le pertenece.
[5] Sobre su obra en Nueva York apunta Juan Manuel Bonet: “Figuró la calle, las señales de tráfico, los anuncios, los depósitos de agua por siempre hopperianos, los metros elevados poetizados por José Juan Tablada.
[6] La estudiosa de la obra de Gurvich, la profesora Alicia Haber, en su escrito José Gurvich, el escultor comenta: ”En su universo creativo se incrementó la fuerza imaginativa, lo absurdo, la libertad y la fantasía.