Estuvo considerado como uno de los más elocuentes oradores de su siglo y sus muchas publicaciones fueron traducidas al latín y al francés.
Después de renunciar varias veces a ocupar sede episcopal, finalmente en el año 1616 aceptó la mitra de Barbastro.
Otros trabajos a los que se dedicó con empeño estuvieron relacionados con la defensa de los derechos de la mitra, para lo cual tuvo que sostener algunos pleitos relacionados con las reclamaciones del Real Monasterio de San Victorián sobre determinadas parroquias, pleitos que perduraron durante varios episcopados.
El padre Fuser, su confesor, escribió su biografía en 1648 y en el martirologio de la orden de predicadores se le dedica una amplia semblanza.
Por todo ello, le corresponde el título de Venerable con el que es nombrado por muchos historiadores.