El cargo le procuró notable fama, por lo que comenzó a relacionarse con la mejor aristocracia europea.
Transcurrieron sus últimos días en Ginebra, dedicándose a los bodegones.
Su fama depende en gran medida de sus pasteles, entre los que destacan el Retrato de mademoiselle Lavergne, conocido también como La bella de Lyon o La lectora (sobrina del pintor), y La bella chocolatera.
Como experto en los antiguos maestros, Liotard escribió también un Tratado sobre los principios y normas de la pintura y como coleccionista llegó a vender a altos precios obras maestras que había adquirido en su etapa en Inglaterra.
En París, el museo del Louvre tiene 42 de sus pasteles.