[1] La Primera Epístola de Juan (1 Juan 2:1-2) declara:[1] y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.
Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.En la Epístola a los Hebreos (Hebreos 7:25), el autor escribió acerca de la «salvación hasta el extremo» a través de la intercesión continua de Cristo:[4] por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.La intercesión de Cristo en el Cielo es vista como una continuación de las oraciones y peticiones que realizó por la humanidad en la tierra, por ejemplo, como en Lucas 23:34: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
[2] En la cristología de la salvación, el ofrecimiento único de Cristo a través de su sacrificio voluntario en el Calvario se distingue, pero se refiere a su continua intercesión del Cielo en su papel como el Sumo Sacerdote, y su papel en el Juicio Final.
[6] La noción de intercesión por Cristo como el Cordero de Dios se relaciona con la imagen del Cordero en Apocalipsis 14:1-5, donde los que se salvan primero «fueron redimidos de entre los hombres» a través del sacrificio del cordero:[6] Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va.
Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el CorderoDesde la perspectiva cristológica, la intercesión de Cristo se distingue la intercesión del Espíritu.