Entre las toxinas de las plantas, las más utilizadas para generar inmunotoxinas son las proteínas que inactivan ribosomas, siendo la más común la ricina,[1] una toxina proteica potente que se extrae de las semillas del Ricinus communis.
[7] Hoy se estudian inmunotoxinas recombinantes creadas con la finalidad de minimizar la toxicidad sistémica inherente a las quimioterapias convencionales.
[8] La utilidad de inmunotoxinas particulares se relaciona con múltiples factores, incluida la especificidad para la población diana particular sola; validez para reproducir la neuropatología específica, e idealmente el proceso patogénico involucrado en la enfermedad objetivo; fiabilidad para producir toxicidad constante de una aplicación a la siguiente; y practicidad para una manipulación y uso seguros, simples, eficientes y rentables en el entorno del laboratorio.
[9] Los anticuerpos monoclonales son adecuados como portadores de fármacos citotóxicos, gracias a su selectividad y flexibilidad.
El truco consiste en seleccionar objetivos tales como receptores de factores neurotróficos, que internalizarán el ligando, permitiendo así que la toxina sea transportada a la célula para la concentración intracelular, a menudo con transporte activo de regreso al cuerpo celular donde su acción tóxica primaria tiene efecto.