La inhibición de la conducta, control inhibitorio, inhibición de la respuesta o control de impulsos es un proceso cognitivo –y, más específicamente, una función ejecutiva– que permite a un individuo inhibir sus impulsos y respuestas conductuales naturales, habituales o dominantes a los estímulos (conocidas como respuestas prepotentes, en el sentido 1 de la RAE,[1] más poderosas que otras, no en el habitual sentido 2, que abusan o alardean de su poder) para seleccionar un comportamiento más apropiado para sus objetivos.
[2][3] El autocontrol, o dominio de sí mismo, es un aspecto importante del control inhibitorio.
[3][4] El control inhibitorio se ve afectado tanto en la adicción como en el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).
[3][4][7] En adultos sanos y personas con TDAH, el control inhibitorio mejora a corto plazo con dosis bajas (terapéuticas) de metilfenidato o anfetamina.
Esta función ejecutiva ocupa un lugar central en el modelo explicativo del TDAH conocido como modelo de autorregulación o del déficit en la inhibición conductual,[9] elaborado por Russell Barkley.