Es el segundo montaje de la Trilogía Testimonial de Chile de la compañía Teatro La Memoria resultado de un trabajo de investigación desarrollado por los actores Alfredo Castro y Rodrigo Pérez junto a la psicoanalista Francesca Lombardo en cárceles y hospitales psiquiátricos de Chile donde recogieron los testimonios de autores de crímenes pasionales.
[1][2] La obra en su país fue rupturista y difícil de clasificar por la crítica de la época.
El montaje impactó al público por lo directo de sus textos.
[1] La obra es considerada un referente de la renovación estética que experimentó el teatro chileno tras el término de la dictadura militar y estableció una corriente que conserva su influencia en la actualidad.
[2] Las actuaciones se convirtieron en un modelo a imitar y también significó la consagración de Alfredo Castro como director y dramaturgo.