Los Hermanos de la Vida Común (en latín: Fratres Vitae Communis, FVC) fueron una comunidad religiosa católica iniciada en el siglo XIV vinculada a la devotio moderna, cuyos miembros buscaban una forma de entrega y santificación en el mundo desde el laicado, aunque también había clérigos entre ellos.
Primeramente se constituyó una hermandad femenina —las Hermanas de la Vida Común—, que precedió a la versión masculina.
El creciente amor por la libertad se mostró en un antagonismo de amplio alcance contra el clero, que fue fomentado por el desarrollo del estudio científico y aún más por el misticismo que era entonces tan popular, en contraste con el rígido y duro escolasticismo del período anterior.
Grooten afirmaba "que los sacramentos no obran sino en relación con la santidad de quienes los imparten".
[3] La mayoría de los Hermanos eran laicos que no profesaban los votos monásticos, a saber obediencia, pobreza y castidad.
Buscaban vivir en la pobreza y el desprendimiento de los bienes materiales, pero rechazaban la mendicidad, lo cual les enemistó con los franciscanos, que la practicaban.
Su labor era también una obra de apostolado, ya que esto les permitía elegir cuáles copiar, editar y divulgar.
Tras el rezo individual continuaban su trabajo hasta las ocho de la tarde, sólo interrumpido por una corta meditación.
[4] De la misma forma, "la naturaleza, el paisaje y el amor humano eran considerados como celadas del Maligno, de las que era preciso huir hacia ese refugio interior en que predominaban el trabajo y el silencio".
[4] Aunque Erasmo de Róterdam, paradigma del humanista, reconoce la influencia que la «devoción moderna» tuvo en su formación espiritual.