Meses después, los padres de Lucy regresaron a Inglaterra y en 1775, con tan solo 25 años, Henry se unió al movimiento revolucionario que apoyaba la independencia de los Estados Unidos.
En aquel entonces, Henry Knox difícilmente pasaba desapercibido, ya que medía un metro ochenta, de alta complexión y pesaba con certeza más de cien kilos.
Tenía una voz poderosa, era sociable, jovial, rápido de mente, muy activo.
Por su parte, Knox creyó ver en Washington todo lo que se puede desear en un comandante.
Pese a ser un plan urdido por un veinteañero fue comunicado y aceptado por la comandancia suprema.
Ciertamente, entre otras particularidades, para facilitar el transporte, Knox había ordenado preparar cuantos trineos fuesen posibles.
En efecto, el apaleado ejército estadounidense en su penosa y larga retirada desde Nueva York a través del territorio de Nueva Jersey, encontró en estas victorias el apoyo sobre el que renovar sus ánimos, y al mismo tiempo, devolver la confianza al comandante en jefe, Washington.
Esa confianza nunca faltó por parte de Henry Knox, que siempre vio en Washington el gran hombre capaz de llevar a su país a la libertad.
Gracias a esta lealtad, tuvo como recompensa el ser elevado al grado de brigadier general y más adelante Secretario de Guerra, cargo que desempeñó desde 1785 hasta 1794.