Gregorio González Arranz

Exiliado en Francia, habiendo perdido todos sus bienes, vivió allí socorrido por los legitimistas franceses.

Estos hechos resultaron ser tan gravosos que decidió casarse en 1811, obteniendo así la licencia absoluta.

[2]​ Merino luchaba contra los franceses defendiendo una monarquía absoluta en tanto que El Empecinado lo hacía por una constitucional.

En la del amigo más cercano, allí donde la necesidad me apremiaba, tomaba los alimentos, pues sin cesar tenía que estar ojo alerta».

[4]​ Había sido nombrado corregidor Domingo Fuentenebro que dadas sus continuas ausencias para estar en contacto con la Real Chancillería de Valladolid, delegaba en él sus funciones, con lo cual fue adquiriendo gran peso político.

Los presos deberían haber sido entregados a la jurisdicción militar y juzgados por la Real Chancillería de Valladolid, pero Fuentenebro, enemistado desde hacía tiempo con el detenido, comunicó directamente la noticia de la captura a Fernando VII, el cual le nombró comisionado regio, ordenando que los presos fuesen juzgados en Roa.

González Arranz había enviudado en 1822 y volvió a casarse en 1824, pero su nueva mujer falleció poco después.

Un año antes «...cuando notando notables pérdidas en el comercio, descuido en mis hijos y desgobierno en mi casa, decidí poner remedio contrayendo nuevo matrimonio...».

Merino había sido un buen jefe guerrillero, pero no estaba capacitado para organizar un ejército.

Vicente Genaro Quesada, capitán general de Castilla la Vieja, había ordenado que todo carlista hecho preso con armas en la mano fuese pasado por las armas en el término de cuatro horas.

[13]​ Los liberales de Roa se limitaron a desarmar a sus seguidores, González Arranz tuvo que devolver los 6000 reales que había tomado del Ayuntamiento, perdió sus cargos, fue encarcelado en varias ocasiones, pagando fuertes multas para recuperar la libertad, y las tropas isabelinas que hacían tránsito por la localidad se proveían gratuitamente en su despensa y bodega.

Mi esposa quedó en el cuidado de guardar las llaves y bajar ella misma cuando hiciera falta algo».

[17]​ Consiguió hacerlo aunque la población tuvo que aprovisionar con prodigalidad a la tropa carlista.

Al anochecer, la columna continuó la marcha, dejando el médico de la tropa a González Arranz a su hijo de siete años para que lo guardase hasta su regreso, hecho que pensaban realizar pocos días después.

[19]​ Un ejército carlista vasco-navarro, formando un importante contingente conocido como Expedición Real, abandonó Navarra en mayo de 1837 y por Huesca se dirigió a Cataluña, pasando el Ebro y reuniéndose con las fuerzas que Ramón Cabrera sostenía en el Maestrazgo desde donde habían de marchar unidos sobre Madrid.

Las tropas isabelinas que habían estado cercando la tierra ocupada por los carlistas en el país vasco-navarro, dejaron esta frontera muy desprotegida al marchar tras la expedición carlista, librando varias batallas sin lograr contener su avance.

Dice: «Nuestra pequeña División había cobrado una extraordinaria confianza; como habíamos superado tantas dificultades y como las masas enemigas nos abandonaban el campo sin lucha, creía el pueblo que conquistaríamos Castilla de modo permanente...».

[21]​ Goeben confirma la adhesión a la Constitución que existía en Roa cuando dice: «...en la villa de Roa, situada a la orilla derecha del río, reinaba al acercarse nuestros batallones un adusto silencio, lo que contrastaba violentamente con la satisfacción de toda la región».

En Aranda de Duero se encontraron ambas expediciones carlistas desde donde fueron empujadas por Espartero hacia el territorio del que habían partido, sin librar combates importantes, ya que el general isabelino tenía a sus tropas muy cansadas, mal abastecidas y no quería exponerlas inútilmente.

Ante su desesperada situación, Negri mandó a González Arranz con pliegos para ser entregados en mano al Pretendiente, pidiendo auxilios.

Principiando el año 1839, Espartero decidió poner en marcha otra de sus estrategias para terminar la guerra, gravando al enemigo: ordenó que todas las familias que habitaban en provincias cercanas al territorio enemigo vasco-navarro y que tenían algún familiar militando allí en el ejército carlista, fuesen obligadas a abandonar sus residencias y trasladarse a ese territorio.

Los combatientes carlistas "castellanos" que residían aquí nunca habían sido bien acogidos por sus habitantes, pero ahora, viendo éstos mermadas sus provisiones y siendo obligados a dar alojamiento a los "castellanos" desplazados, se encrespó notablemente la enemistad.

Entre las gentes que llegaron se encontraba también la mujer y los cuatro hijos de González Arranz.

Sin embargo, en la corte del Pretendiente en Azpeitia, totalmente ignorante este y los dignatarios de la situación, existía un optimismo basado en la creencia de que Maroto había permitido entrar a Espartero en Vizcaya, tendiéndole una trampa, para arrollarlo al llegar a Guipúzcoa.

Su itinerario le hizo pasar por Roa, localidad que saqueó, dando fuego a muchas casas.

La mujer de González Arranz precipitó su marcha, temiendo las represalias y «... al salir, presenció cómo el fuego destruía su propia casa».

Por ello, los más decididos se unían a la expedición, consiguiendo llegar al territorio vasco-navarro, siendo así muchos los "castellanos" no militares que acabaron asentándose allí.

Pero así como los que entonces escribieron la historia carlista dieron importancia en facilitar datos de los "castellanos" prominentes como Maroto, Negri, José Arias Tejeiro y otros que se unieron a las carlistas vasco-navarros, muy poco se sabe de los anónimos "castellanos".

Fernando VII. Óleo de Francisco de Goya.
Juan Martín Díez, El Empecinado . Óleo de Francisco de Goya.
Carlos María Isidro de Borbón. Litografía según dibujo de Isidoro Magués. 1837.
Villafranca Montes de Oca. Burgos.
Gerónimo Merino. Litografía de 1845.
Castillo de Peñafiel.
Tropas del ejército carlista.
Tropas del ejército isabelino.
Estella. Litografía de 1845.
Mortagne-au-Perche - Portail Saint-Denis.