Turquía vivía durante los años 1970 profundas tensiones en un contexto internacional poco favorable, con una grave crisis económica, el crecimiento del fanatismo religioso y la proliferación de grupos políticos radicales de extrema derecha e izquierda.
El paro superaba el 20 % y la inflación, ese mismo año, alcanzaba el 100 %, mientras que el PIB decrecía.
Los militares golpistas depusieron el gobierno, disolvieron la Asamblea Nacional, suprimieron las libertades, prohibieron los partidos políticos, sindicatos, clausuraron periódicos y aplicaron la ley marcial.
La represión, los arrestos, las detenciones sin juicio, la tortura y otras violaciones de los derechos humanos fueron constantes.
El golpe no supuso una sorpresa para casi nadie, las protestas fueron escasas a nivel internacional y prácticamente inexistentes en el interior del país.