Gaspar Sangurima López,[1] conocido como El Lluqui (el zurdo, en [kichwa/quechua/quichua]), (Cuenca o Ludo,[2] ca.
Sin embargo, tenía una gran curiosidad por el arte y se convirtió un icono del arte colonial cuencano.
El escritor Lucio Salazar Tamariz habla de Sangurima en su libro Una comarca y sus destellos: semblanzas instantáneas:«Creció en un repliegue de esa serranía nuestra, mirando, con sus ojos tristes y humildes, la rutilante claridad de los amaneceres de esta tierra, o la cárdena herida que se abre en el cielo cuando el sol se hunde en el poniente; mirando el milagro de las flores que han abierto sus corolas al beso del rocío mañanero; y el verdor tendido de los campos, y el alto verdor de los árboles; el oleaje inquieto de los sembríos y el viaje cristalino de los ríos; la lluvia delgadita y constante que invita a la tristeza, o la tempestad que sobrecoge al desparramar por todo el horizonte el clarol de los relámpagos y el retumbar del trueno».
[5] Posteriormente, el Cabildo colocó una placa en su honor ubicada en la esquina de las calles Gaspar Sangurima y General Torres, donde se localizaba el taller de Sangurima.
Y, cada año, la Municipalidad de Cuenca entrega la presea Gaspar Sangurima.