En 1638, Zurbarán pintó, para el Monasterio de Guadalupe, la Misa del padre Cabañuelas, demostrando su destreza y su capacidad para representar temas inéditos.
Se le apareció Jesucristo, quien confortó al monje ante la proximidad de su muerte —ocurrida en el año 1408— imponiéndole la mano derecha sobre la frente, mientras sostenía la Cruz con la izquierda.
[7]Una gran diagonal —que divide el lienzo en dos partes iguales— atraviesa como un eje la silueta del padre Salmerón, que aparece arrodillado y en riguroso perfil.
Sus ojos están medio cerrados, y su figura está rodeada por halo dorado, formado por rostros de angelitos.
Ocultando totalmente el espacio, una nube incandescente invade toda la escena, entreabriéndose en la parte superior derecha, donde aparecen unos angelotes leyendo una partitura.