Franco Ferrara empezó sus estudios musicales en su ciudad natal a la edad de cinco años, mostrando bien pronto un sorprendente talento.
Casi adolescente se trasladó a Bolonia donde completó sus estudios musicales diplomándose en violín, piano, órgano y composición en el Conservatorio local.
Fue alumno, respectivamente, de los maestros Consolini, Ivaldi, Belletti y Nordio.
Por votación le fueron conferidos los premios extraordinarios en todas esas especialidades.
En 1931 se trasladó a Roma donde entró a formar parte de la Orquesta del Augusteo, en la que permaneció hasta 1933 cuando fue llamado como concertino de la Orquesta del Mayo Musical Florentino.
En el 1940 mientras dirigía en Roma la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvořák se manifestó por primera vez la misteriosa enfermedad que lo haría sufrir a partir de entonces: cayó desvanecido del podio, en realidad estaba lúcido, pero el concierto tuvo que ser suspendido.
Ferrara continuó dirigiendo en una serie de grabaciones de la RAI y se dedicó también a la composición y a la dirección de música para películas (entre los otras, Jovanka y las otras, en la cual dirige la música compuesta por Angelo Francesco Lavagnino).
Esta relación con el cine lo llevó a dirigir numerosas bandas sonoras para películas realizadas por algunos de los más importantes directores italianos como Fellini, Antonioni y Visconti.
Quedó paralizado de la parte derecha del cuerpo, pero no tuvo ninguna complicación sobre la lucidez y el lenguaje.
Bien pronto Ferrara gracias a su siempre sorprendente fuerza de ánimo logró superar los impedimentos físicos recuperando la movilidad de la pierna y parcialmente también del brazo.
Con su muerte Ferrara dejó un gran vacío entre todos aquellos que en vida lo habían amado y admirado.