Francisco fue el menor de once hermanos; cuando tenía cuatro años murió su padre Pedro.
[4] En agosto de 1835 Francisco Coll y su comunidad son expulsados del convento, al que nunca pudieron regresar.
Su actividad evangelizadora incluía una gran entrega al sacramento de la Reconciliación, un énfasis destacado en la Eucaristía y una insistencia constante en la oración:
Impresionado por la realidad social y religiosa que observaba en el transcurso de sus misiones, empezó a preocuparse por la falta de acceso a la educación, especialmente en los pueblos pequeños y en las niñas.
Sin embargo, la nueva Congregación se extendió rápidamente y pasados 14 años ya contaba con 46 casas en Cataluña.
El padre Coll dividía sus trabajos entre su actividad misionera y la organización de la Congregación.
Su salud empezó a declinar, se fue quedando ciego y perdiendo por momentos las facultades mentales.
Fue una dura prueba que vivió con fe, entereza, valor y apoyado en el rezo del Rosario.
Cabe destacar que, en el transcurso de su vida, demostró ser un predicador ejemplar desde la cercanía, la humildad y la caridad.
[8] Recordando en castellano a san Francisco Coll y su misión de predicador, el papa subrayó que «San Pablo nos recuerda en la segunda lectura que «la Palabra de Dios es viva y eficaz» (Hb 4,12).