La abundancia de hierro y su extracción en la zona propició la apertura de una gran herrería (en gallego Ferrería) que dio nombre a la localidad.
Ese mismo hierro, junto al desnivel de los valles, propicia que las aguas filtradas por las montañas tengan un alto contenido en hierro.
Posteriormente pasó a manos del Conde de Campomanes.
No obstante, tras la guerra civil, como la mayoría de balnearios gallegos, pasó a la ruina y al abandono.
Sin embargo, una mala gestión de las obras propició su paralización en 2005.