Mientras estudiaba la enseñanza elemental, sintió la llamada de Dios a consagrarse como religiosos salesiano.
Con frecuencia se ponían en contacto con otros salesianos en lugares prefijados, para ayudarse y comunicarse las noticias más importantes.
Los ratos que permnecían en la pensión, los dedicaban a la oración.
Habiendo encontrado la casa de un capellán, acudían con frecuencia para oír la Santa Misa y confesarse.
Ante el Comité que les juzgó, Jaime, según un testigo, confesó su condición de religioso salesiano, y que su misión era la de educar a la juventud obrera, a la cual por la módica pensión de dos pesetas diarias, el colegio proporcionaba alimentación, educación y una formación profesional que les permitía ganarse honradamente la vida.