En total, la medicina griega abarca un período de mil largos años, tiempo durante el cual, el médico griego presentó una notoria evolución desde ser una figura completamente ignorada y menospreciada por la sociedad romana, pasando por ser sacerdotes que atribuían los males o enfermedades a obras de espíritus y manifestaciones de dioses ofendidos, pasando además por ser esclavos sometidos a aplicar sus conocimientos médicos exclusivamente al criterio de su amo, a convertirse finalmente en figuras que representaban respeto y admiración para toda la sociedad romana que se veía reflejado en los altos cargos y beneficios que les fueron concedidos por esta cultura.
El comediógrafo Aristófanes osaba incluso ridiculizar el mirífico culto y caracterizar a los sacerdotes como embaucadores ávidos de dinero.
Así, en La Odisea de Homero se los menciona, junto con vaticinadores, vates y carpinteros, como “trabajadores para el pueblo” (demiurgos), o artesanos como hoy los llamaríamos.
Dada la notoria afición dialéctica del griego, el médico debía sostener animados coloquios públicos sobre el tratamiento, no sólo con sus pacientes, sino también con numerosos espectadores.
[4] Homero, en sus escritos, describe convincentemente al médico militar subrayando su enorme trascendencia para la moral del combatiente, como se ha demostrado en todas las guerras hasta nuestros días.
Platón tenía tan mala opinión de esos seudomédicos, que hacía figurar la medicina entre aquellas profesiones poco recomendables para un hombre digno.
Así, sucedía que el esclavo médico solía conseguir la emancipación de un amo agradecido y entonces podía abrir su propia consulta.
Pero estos, por temor de la competencia, muy raras veces los manumitían; ahora bien, la ley facultaba a esos esclavos que pudieran comprar su libertad.
El precio del rescate debía compaginarse con el provecho que es esclavo reportara a su señor, y no con los perjuicios ocasionados por la temida competencia.
se volvió la hoja definitivamente: para dominar una terrible oleada de hambre, César dispuso la emigración de todos los extranjeros (ochenta mil personas) a las colonias, pero fueron exceptuados los médicos y maestros; por añadidura, se concedió la ciudadanía a toda persona libre y extranjera que ejerciera la medicina en Roma.
Asimismo, el médico fue equiparado legalmente a los restantes representantes de las profesiones liberales (maestro, retórico, abogado, etc.) Bajo el emperador Vespasiano (69-79 d. J) se confirmaron los privilegios del médico, y en el año 117 d. J se les dio aún más amplitud mediante un edicto del emperador Adriano: Los “medici” fueron eximidos de toda obligación pública, sin excluir el servicio militar ni los onerosos cargos honoríficos.
Otra consecuencia no menos grave fue el descontento del ciudadano ordinario, sobre cuyas espaldas recaía la carga de los médicos exonerados.
El emperador Antonio Pío (138- 161) estimó necesario agregar un “numerus clausus”: la inmunidad conferida inicialmente sin distinción a todos los médicos, será privativa de ciertos facultativos.
Para atajar la emigración de médicos a las grandes urbes se decretó que perdieran la inmunidad tan pronto como abandonaran su residencia habitual.
Fue Alejandro Severo quien ordenó construir las primeras aulas oficiales, asignar sueldo a los profesores de medicina y proteger al estudiante menesteroso.
Durante la época imperial romana la designación arquiatro se confirió solo a determinados médicos de los emperadores.
El primer poseedor del título fue Andrómaco el Viejo, médico de Nerón, quien se dio a conocer por sus escritos sobre remedios medicinales.
Aunque en Roma había médicos comunales desde lejanas fechas, no se les dio una designación concreta (oficial) hasta el reinado de los emperadores Valentiniano y Valente (364- 375).
Los arquiatros populares fundaron en cada capital de provincia y en Roma un colegio donde se cubrían los puestos vacantes mediante elecciones, cuyos resultados debían ser confirmados por el emperador.
Ninguna autoridad se había ocupado de los enfermos indigentes, y eran muy raros los médicos que les prestaban ayuda gratuita.
Y quien ofendiera a un arquiatro podía tener la seguridad de que se le aplicaría una severa sanción.
Los esclavos médicos eran propiedad de su amo y estaban obligados a trabajar para este sin ninguna recompensa económica tampoco mejoraron inicialmente esas condiciones pecuniarias cuando la medicina como “arte liberal” fue accesible al ciudadano común romano: según el derecho romano, los ejercitantes de un “arte liberal” no podían recibir estipendio alguno.
La saturación del campo profesional, la encarnizada competencia y la depreciación temporal de la terapéutica crearon un proletariado médico.
No pocos médicos se vieron obligados a abrazar otra profesión mejor remunerada, como gladiador o sepulturero.