[1] Hasta inicios del siglo XX, por lo menos, era frecuente que la población siciliana llamara Gibellu a este célebre volcán; tal denominación local deriva de la presencia árabe en el lugar durante la Edad Media.
Aún hoy, se llama en Sicilia Gibello o Mongibelo a la montaña, quedando la denominación «Etna» para el cono volcánico.
Por último, el clérigo inglés Gervasio de Tilbury testimonió que, durante un viaje por Sicilia en 1190, le aseguraron haber visto al rey Arturo por las laderas del Etna, posiblemente debido a su estancia en el infierno o en el purgatorio.
Aunque en ocasiones puede ser muy destructivo, no está contemplado como un volcán particularmente peligroso, y miles de personas viven en sus alrededores e incluso en sus faldas.
Desde hace 35.000 a 15.000 años el Etna experimentó algunas erupciones altamente explosivas, generando algunos flujos piroclásticos importantes que dejaron extensos depósitos de ignimbrita.
La ceniza de estas erupciones se ha encontrado en lugares tan alejados como Roma, a 800 km al norte.
Ésta puede haber sido la razón por la que el asentamiento de Atlit Yam (Israel), hoy en día bajo el nivel del mar, fuera abandonado repentinamente en esa época.
Los estratos expuestos en el valle proveen un importante y fácilmente accesible registro de la historia eruptiva del Etna.
Las erupciones en la cumbre pueden ser muy explosivas y extremadamente espectaculares, aunque rara vez amenazan las zonas habitadas alrededor del volcán.
Numerosos pueblos y pequeñas ciudades se encuentran cerca o sobre los conos de antiguas erupciones laterales.
El poeta romano Virgilio dio lo que probablemente sea una descripción de primera mano en la Eneida: Se cree que una erupción del Etna en 396 a. C. frustró a los cartagineses en su intento de avanzar hacia Siracusa, Italia, durante la Segunda Guerra Siciliana.
[7] Durante los últimos 2000 años la actividad del Etna ha sido por lo general efusiva, con ocasionales erupciones explosivas en su cumbre.
Ésta fue extremadamente voluminosa y otras cuatro localidades fueron destruidas en los tres días siguientes por flujos de lava orientados hacia el sur.
Al principio, la lava se amontonaba sobre los muros de la ciudad, que eran lo bastante fuertes para soportar la presión del flujo.