Esther Díaz Llanillo fue una narradora, bibliotecóloga y ensayista cubana.
Estudió la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana[1] (1952-1957) y en 1959 obtiene el doctorado con una tesis sobre la narrativa de Jorge Luis Borges que aún permanece inédita.
Ha publicado los libros de cuentos El castigo y Cambio de vida, donde se incluyen los cuadernos Cambio de vida y Regresión, los cuales obtuvieron mención en el premio Alejo Carpentier de Cuentos en 1999 y 2000, respectivamente.
[2] Al trabajar en Casa de las Aéricas organizando los documentos para el primer concurso literario que organizara esa entidad, se siente estimulada a armar un libro que presenta al concurso y, pese a no ganar ningún premio, le proponen publicarlo y en 1966 sale a la luz por Ediciones R con el título El castigo; en sus textos, Díaz Llanillo aborda el fantástico en relatos que, a decir de la crítica Mirta Yáñez hablan del "espanto residente en cualquier ser humano (...) con una cubanidad esencial reconocible, en un entorno de universalidad y erudición".
[3] Uno de los cuentos de este volumen Anónimo apareció en 1968 en la Antología de cuentos cubanos de lo fantástico y lo extraordinario y otros textos aparecieron en Lunes de Revolución y Diario libre, por lo que parecía un excelente comienzo para su carrera literaria, pero el entorno impuso la llamada literatura de la violencia, apegada a lo social e histórico y, al alejarse los relatos de Díaz Llanillo del canon imperante, dejó de publicar durante muchos años (en ese período apenas escribió un par de cuentos que luego saldrían a la luz)[2] Cuando se publica la antología Estatuas de sal en la que se incluye un cuento de Díaz Llanillo, las antologadoras la redescubren y, animada por Mirta Yáñez, vuelve a escribir, publicando varios libros en Cuba y el extranjero y apareciendo en diversas antologías que siguen abordando el fantástico con talento, erudición, gracia, dominio del lenguaje y estilo propio[3] Sus cuentos poseen una especie de latido interior capaz de imantar al lector y obligarlo a llegar al punto máximo para cualquier escritor: el punto final.