Tras la Primera Guerra Mundial fue considerado uno de los diez mejores jugadores del mundo.
Defendió el primer tablero de la selección austriaca en las cuatro olimpiadas que se celebraron entre 1927 y 1935.
A él se debe la popular Defensa Grünfeld, lo que le convierte en uno de los más destacados teóricos de las aperturas.
A menudo consideraba buena una partida si conseguía salir con ventaja de la apertura.
Aunque puso en práctica muchos sistemas que definen el estilo hipermoderno, prefería el estilo posicional.