Epístolas a Timoteo

Están muy relacionadas entre sí por el fondo, por la forma y por sus circunstancias históricas, por lo que los autores suelen estudiarlas en bloque.

Como las demás epístolas paulinas, son inspiradas y forman parte del Nuevo Testamento.

Fue indudablemente Timoteo figura destacada en la Iglesia del primer siglo y en sus relaciones con el Apóstol.

Se le venera como obispo de Éfeso, y según una tradición tardía, murió mártir el año 97.

Por eso, hay que poner, como reconocen la tradición y los diversos autores, la composición de la carta en los a.

Aunque la carta sea sobre todo pastoral, también contiene enseñanzas doctrinales, a veces importantes.

En esas angustiosas circunstancias, San Pablo piensa en el discípulo predilecto Timoteo, «por quien ora sin cesar y a quien está deseoso de ver» (1,3-4).

El Apóstol considera necesaria su presencia, juntamente con la de Marcos, en esos momentos y se decide a escribirle.

Podía quizá pensar también Pablo que sus postreras palabras antes de la inmolación fortalecerían el ánimo de Timoteo, inclinado a la timidez, que no contaría ya en adelante con su apoyo y autoridad; y finalmente, el Apóstol querría insistir una vez más en sus recomendaciones para que con toda valentía se opusiera a las falsas corrientes doctrinales.

En cuanto a la fecha y lugar en que fue escrita, los autores coinciden en afirmar que fue en Roma algunos meses antes de la muerte de San Pablo, probablemente hacia el verano u otoño del 66, en su segunda cautividad romana.

Act 21,29), y desde allí vino Pablo prisionero a Roma sin pasar por Mileto.

Su contenido puede sintetizarse en estos tres capítulos: Desde el principio la tradición cristiana, cuyos testimonios implícitos y explícitos son en número abrumador en este caso, ha atribuido la paternidad de las dos cartas a Timoteo al apóstol San Pablo.

Eichorn extiende la negación a las tres cartas pastorales en 1812, y diversos críticos racionalistas y protestantes liberales seguirán esa opinión, considerando las dos cartas como escritas por un autor anónimo hacia la mitad o a principios del s. II.

Ágape con la escena de la Fractio panis .