En el folclore, las encrucijadas pueden representar un lugar "entre dos mundos", un sitio donde se puede contactar con espíritus sobrenaturales y ocurrir sucesos paranormales.
[2] Una homilía del siglo XI llamada De Falsis Deis nos dice que Mercurio u Odín eran honrados en las encrucijadas.
La traducción al español del texto en inglés moderno dice: "Érase una vez un hombre llamado Mercurio, que era muy engañoso, aunque bastante sabio en el habla, era traicionero en las acciones y en las mentiras.
[7] En 1885, en su ensayo histórico Supersticiones transilvanas, Emily Gerard describe cómo se solían evitar las encrucijadas y relata la creencia rumana de que se podía invocar a un demonio en una encrucijada dibujando un círculo mágico, ofreciendo una moneda de cobre como pago y recitando un conjuro.
La “vuelta” en el camino, es decir, la encrucijada, sigue siendo un concepto indeleble en el mundo kongo-atlántico, como punto de intersección entre los antepasados y los vivos.
[17][18] Se cree que una práctica de origen Hoodoo consiste en vender el alma al diablo en la encrucijada para adquirir facilidad en diversas habilidades manuales y corporales, como tocar un instrumento musical, lanzar dados o bailar.
Por lo tanto, la idea de que uno puede vender su alma al diablo en la encrucijada y adquirir una habilidad puede no ser algo tradicional en el Hoodoo.
[19] Las encrucijadas son muy importantes tanto en la mitología brasileña, que está relacionada con la mula sin cabeza, el diablo, la Besta Fera y la versión brasileña del hombre lobo, como en la religiosa, al ser el lugar preferido para la manifestación de entidades de la "mano izquierda", como Exus y el lugar donde colocar ofrendas a los Orishas.
Muchos oyentes modernos creen que la principal canción sobre la venta del alma en una encrucijada es "Cross Road Blues", de Robert Johnson.