El resultado fue la victoria del, en ese momento, presidente de Rusia, Borís Yeltsin, quien se presentó como independiente.
Con ningún candidato asegurando una mayoría absoluta, Yeltsin y Ziugánov pasaron a una segunda ronda.
Análisis y declaraciones posteriores afirman que las elecciones fueron fraudulentas, con el fin de favorecer a Yeltsin.
Además garantizaron una cobertura mediática que servía a la estrategia de la campaña del presidente.
Las elecciones se convirtieron en una competición entre dos hombres, y Ziugánov, que carecía de los recursos de Yeltsin y del apoyo financiero, vio impotente cómo se desvanecía su, al principio, fuerte iniciativa.
Yeltsin hizo una campaña enérgica, acallando las voces acerca de su salud, explotando todas las ventajas para mantener un alto perfil mediático.
La economía rusa, en crisis desde hacía un lustro, continuaba disminuyendo y muchos trabajadores no habían recibido sus salarios en meses.
De vuelta en Moscú, se unieron al pacto los oligarcas Vladímir Potanin, Aleksandr Smolenski, Mijaíl Fridman y Piotr Aven.
Debido a esto, Yeltsin consideró incluso cancelar las elecciones, sin embargo, la falta de lealtad del ejército a su persona hizo que Yeltsin fuera persuadido por Chubáis, Pável Grachov y Anatoli Kulikov para no cancelarlas.
Entre tanto, Yeltsin sufrió un grave ataque al corazón y desapareció de los medios.
El Partido Comunista cumplió con el límite, simplemente porque ni siquiera tenía los recursos financieros suficientes como para excederlo.
La posición de los empresarios fue esencial para mantener la estabilidad social y económica en el país.
[4] Se ha alegado que la victoria de Yeltsin no fue legítima, debido al fraude electoral cometido por su parte.
En efecto, los resultados en algunas repúblicas de Rusia, como Tartaristán, Daguestán o Baskortostán, sufrieron cambios muy extraños entre la primera y segunda vuelta.