Se elige a la suerte un secretario el cual dispone tantas cuartillas de papel cuantas sean las personas que jueguen.
Después de haber escrito cada uno lo que le ha parecido, dobla el papel y lo devuelve al secretario.
Generalmente, no se repite este juego, sin duda por inspiración de la desconfianza.
Pero si se volviesen a mezclar y repartir por segunda vez las notas, este juego sería mucho más divertido.
Se acostumbra a decir a los jugadores el nombre que cada cual escoge; pero si se confiase únicamente al secretario y este después de leído un billete, propusiera a los jugadores que adivinasen el autor, sería sumamente entretenido verles esforzarse en adivinar, por la elección del nombre, por los caracteres del estilo, etc.