Esta ceguera se debe a una interpretación errada de las ideas de igualdad y progreso, en la que se pretende que todo el mundo quiere o necesita lujos como especialistas, automóviles, títulos universitarios y criadas de servicio doméstico, porque se considera erradamente que no son privilegios.
La primera sección es en gran parte filosófica, la segunda se enfoca en la economía y la tercera en la política.
Zaid escribe sobre la distancia que existe entre la conciencia moral exigente y las capacidades prácticas reales.
Esta cultura del progreso se va extendiendo por todo el mundo, acabando con otras formas de vida.
Aunque se aprecian las otras culturas como algo valioso, o eso se dice, no existen modelos de vida pobre que no desprecien la vida campesina, que aprovechen las ventajas económicas del campo, como el tiempo libre, el espacio libre y el aire limpio, para hacer felices a las personas en esa situación.
Viable aunque ineficiente, funciona en las situaciones de muchas operaciones iguales mas no en la economía doméstica.
Zaid defiende la economía de subsistencia, explicando que la división del trabajo no siempre es más eficiente, abogando por la descentralización.
Su propuesta para un mercado igualitario es favorecer los satisfactores básicos, los que se puedan producir en casa, los baratos respecto a la satisfacción, los medios de producción autosuficiente y la oferta pertinente, por ejemplo, dinero en efectivo repartido.
El Estado crece pero no ayuda a los pobres, porque los intereses que lo dominan vienen de otros sectores.
A los pobres les convendría más recibir en efectivo lo que se gasta supuestamente por su bien.
Quizás en tono de sátira, se propone luego un impuesto a la mordida, para legitimarla.
El capítulo se llama “Otra modesta proposición”, referencia al ensayo de Jonathan Swift.
Zaid se pregunta por qué los universitarios no plasman ciertas realidades incómodas en sus trabajos académicos.
Zaid ve en la mordida una posible modernización del patrimonialismo analizado por Max Weber, paralela a la burocracia.
Enseña que en general las grandes empresas surgieron del Estado, contra la iniciativa privada (los civiles).
Aventura unas “hipótesis para sociólogos” sobre los flujos de poder y dinero en el México pos-revolucionario hacia lo que llama la nueva burguesía y la nueva clase, destacando después los posteriores a 1968, hacia los estudiantes.
Lo que Zaid llama “la alianza tripartita” se compone de las grandes empresas, el gobierno y los sindicatos.
Desgraciadamente, los supuestos estudiosos no son por eso más honestos, ni tienen independencia de pensamiento.
No les importa la lectura en sí, sino que la practican simplemente como un medio para trepar.
Señala la dicotomía de los maestros pagados por el estado: Kant la vivió criticando por su cuenta los mismos textos que lo pusieron a enseñar.
Finalmente critica a toda la clase universitaria: Octavio Paz recomendó varias veces el libro.
[18] En 2004 escribió: “Aunque muy comentada y admirada en su momento, esta obra no tuvo la recepción que merecía.
[20] Mauricio Tenorio escribió: “Releer El progreso improductivo en 2004 produce todo, menos indiferencia.“ y también: “¿Y ahora, en los años 2000?
Dos de ellos (Enrique Krauze y Julio Hubard) anotaron El progreso improductivo en sus listas.