El libro blanco (Frágil)

Acogió en el seno de sus poemas elementos propios del modernismo como los lugares exóticos y lejanos, personajes mitológicos (hadas, musas, estatuas…), pero dio un nuevo significado a todos ellos y enriqueció así la recepción de sus textos.

Tanto fue así, que sería su padre quien se ocuparía de ordenar y de pasar a limpio los poemas para, más tarde, continuar su hermano dicha tarea, tal y como apunta García Pinto (2012).

Fue editado por Orsini M. Bertani y prologado por Manuel Medina Betancort, escritor y director de la revista La alborada, que, tal y como apunta Jill Kuhnheim (2001), «caracteriza a la autora continuamente como una "virgencita", aumentando los indicios de cómo debemos leer su obra; su poesía no es una amenaza sino un espectáculo».

Se transita de una retórica espiritual a una abiertamente erótica al final del poemario que se aleja de la razón y salva al sujeto: «El descubrimiento insospechado del amor, del sentimiento —del lenguaje erótico— salva al sujeto de la melancolía y la soledad y, en su sacudimiento, lo transporta al gozo, la alegría y el placer, exaltados como los valores supremos de la vida» (Bruña Bragado, 2005).

[7]​ En definitiva, Delmira Agustini fue desarrollando un estilo íntimo y personal en su segundo poemario que se basó, fundamentalmente, en distanciarse de los modelos previos para dar con una voz propia capaz de transmitir lo que hasta entonces había permanecido silenciado: la mujer como agente del deseo, el gusto por lo fragmentario y la voluntad de expresar la pulsión erótica femenina.

Mirta Fernández dos Santos (2020) llama la atención sobre ello:Si bien a lo largo de El libro blanco (Frágil) prevalece la vaguedad o la identificación del sujeto lírico/protagonista de las composiciones con lo masculino, en los siete poemas que se ubican al final del libro, recogidos en la subsección denominada «Orla rosa», tiene lugar un cambio muy significativo en lo que atañe a la determinación del género de la voz poética: por primera vez Agustini deja de utilizar máscaras masculinas para negociar con su ansiedad de autoría y enuncia en femenino y en primera persona.

[8]​Cabe recordar que la imagen finisecular de la mujer estaba polarizada y encontrar su posición (especialmente como artista) era una ardua tarea.