Se denominan diseños arquitectónicos improvisados, a las viviendas que surgieron por la necesidad de guarecerse durante la antigüedad y a los diseños arquitectónicos recientes, no ecológicos, antiecológicos o no adaptados al ambiente.
En las primeras civilizaciones que aparecieron en el Neolítico comenzaron a emplearse los materiales más abundantes en el entorno inmediato como piedras (castros celtas, arquitectura incaica), maderas (palafitos en los lagos alpinos y en la América indígena), pieles (yurtas), etc, que se fueron ampliando a materiales cada vez más complejos (argamasa, cal, ladrillos, cemento, metales, vidrio, etc.) y con la colonización de la zona ártica, hielo como en el caso del iglú.
Sin embargo, aunque estos tipos de vivienda fueron de naturaleza improvisada en un principio, se fueron haciendo cada vez más complejas hasta convertirse actualmente en lo que podemos llamar arquitectura tradicional.
Precisamente, la palabra civilización se deriva del término latino civitas que significa ciudad o pueblo: conjunto de viviendas agrupadas que en un principio se creaban para organizar las funciones agropecuarias de la vida sedentaria primitiva: la vivienda cúbica hecha de los materiales que más abundan (arcilla del suelo, materias vegetales) dieron paso a las primeras poblaciones en Egipto (Valle del Nilo) y Mesopotamia (ríos Tigris y Éufrates).
Esta vivienda rural primitiva tuvo un carácter funcional que ha prevalecido hasta nuestros días: la vivienda rural no sólo se creó como lugar de habitación sino como sede de la vida agraria incipiente (aperos agrícolas, utensilios domésticos, animales de corral, etc.).