Especialmente se muestra el momento en que Wiesler lee inspirado unos versos del mismo en su casa.
El artículo aparece publicado poco después en la revista Der Spiegel de la Alemania Occidental.
La Stasi, disponiendo de una copia del escrito original que ha conseguido un informante, busca febrilmente al escritor responsable.
Grubitz, suspicaz, organiza entonces un nuevo interrogatorio que él mismo vigila, entre Christa-Maria Sieland y Wiesler, para probar la lealtad de este.
Tras sufrir nuevas amenazas, la actriz revela el lugar concreto donde está escondida la máquina de escribir.
Grubitz tiene claro que Wiesler ha debido ser el encubridor y promueve su degradación, haciéndole abandonar su cargo, quedando relegado a una posición anodina en el ministerio, donde lo destinan junto con otros defenestrados a abrir la correspondencia de los usuarios del servicio de correos.
Dreyman coge un taxi y va en dirección a la casa de Wiesler encontrándole rápidamente, sin embargo, cuando está a punto de bajarse del taxi para hablar con él, parece pensarlo mejor y se sube para hacer una cosa misteriosa.
Wiesler, en un impactante doble juego de palabras, contesta escuetamente y con una sonrisa feliz: «Es para mí».
Se hizo lo posible por rodar en lugares auténticos y un gran esfuerzo para reconstruir la estética de la época.
Especial dificultad supuso el tapar con pintura los numerosos grafitis que cubrían las paredes, pues por la mañana aparecían otros nuevos.
Por ello, Knaabe no permitió que se utilizara la prisión original para el rodaje.