Confesión de fe de Augsburgo

El documento se escribió simultáneamente en latín y en alemán,[2]​ aunque existen algunas diferencias entre las dos versiones.

Desde la caída de Adán, todos los hombres son concebidos y nacidos en pecado.

La fe debe producir toda clase de buenas obras que Dios ha ordenado.

Sin embargo, no debemos fiarnos de tales obras para merecer la gracia ante Dios, pues recibimos el perdón y la justicia mediante la fe en Cristo.

Habrá de existir y permanecer para siempre una santa Iglesia Cristiana, que es la asamblea de todos los creyentes, entre los cuales se predica genuinamente el Evangelio y se administran los Santos Sacramentos.

Tampoco es necesario que las tradiciones humanas, es decir, los ritos o ceremonias instituidas por los hombres, deban ser uniformes en todos los sitios.

Los Sacramentos son igualmente válidos, aunque los sacerdotes que los administren sean impíos.

Nadie debe predicar públicamente en la iglesia o administrar los Sacramentos sin un nombramiento legítimo.

Al contrario, su intento es que todo esto se considere como verdadero Orden Divino y que cada uno, de acuerdo con su vocación, manifieste en estos estados el amor cristiano y las verdaderas buenas obras.

El hombre tiene cierta libertad para llevar una vida exterior honrada y para elegir las cosas que entiende la razón.

Pero sin la gracia, ayuda u obra del Espíritu Santo, el hombre no puede agradar a Dios, temer a Dios de corazón, creer ni arrancar de su corazón los malos deseos innatos.

En cambio, el hombre puede, por elección propia, emprender algo malo, como, por ejemplo, arrodillarse ante un ídolo, cometer homicidio, etc.» Aunque Dios ha creado y conserva toda la naturaleza, la voluntad pervertida es la causa del pecado en todos los impíos y en quienes desprecian a Dios.

Porque fuera de la fe y aparte de Cristo, la naturaleza y el poder humanos son demasiado débiles como para hacer buenas obras, invocar a Dios, tener paciencia en medio del sufrimiento, amar al prójimo, llevar a cabo con diligencia los oficios que han sido ordenados, ser obediente, evitar los malos deseos, etc.

Pero la Escritura no enseña la invocación de los santos o pedir la ayuda de los santos, ya que pone ante nosotros el único Cristo como el Mediador, Propiciador, Sumo Sacerdote e Intercesor.

Pero nadie sabe cuándo o con qué autoridad se cambió, contra los mandamientos de Dios.

Pablo dice, 1 Tim.3, 2, que «el obispo sea irreprochable, marido de una sola mujer...».

El celibato forzado nunca ha producido nada bueno, sino al contrario, ha dado origen a vicios graves y mucho escándalo.

Denuncian que las misas privadas han profanado vilmente y se aplican a los propósitos de lucro, sólo para los honorarios o estipendios.

Estos ejercicios corporales no deben realizarse sólo en ciertos días fijos, sino constantemente.

Portada de la primera edición en latín de la Confesión de Ausburgo, Wittenberg 1531
El canciller sajón Christian Beyer lee la Confesión de Augsburgo en presencia del emperador Carlos V en 1530.