Se suelen servir calientes justo tras la cocción y sin otra elaboración o acompañamiento aunque una forma más moderna de presentarse consiste en posteriormente, una vez enfriadas, cortarlas en rodajas y cocinarlas a la parrilla o rebozarlas.
Una vez que se ha realizado el sacrificio del cordero, se utilizan los intestinos (bodilios en aragonés), la tripa, el corazón y los pulmones (libianos en aragonés) y el entrevivo (membrana que rodea la tripa).
Luego se prepara un relleno llamado brodio en aragonés a base de arroz redondo, corazón, pulmón, tela entrevivo y especias (esencialmente perejil, ajo, un poco de canela, sal y pimienta blanca o negra).
Este brodio básico, según guste, se puede enriquecer con panceta picada o tocino, jamón serrano y cuello de cordero.
Se utiliza un palito muy fino llamado chirador para dar vuelta a los intestinos.
No deben estar muy llenas pues el arroz se expande al cocer.
Una vez que hierve, se baja el fuego a media potencia y finalmente, en una hora, están listas.
Las mujeres eran las que llevaban a cabo toda la elaboración de este plato tradicional pirenaico.
También puede cocinarse un potaje de garbanzos a la montañesa con chiretas[2] y ciertos restaurantes revisitan este plato tradicional.
En muchas carnicerías de las comarcas pirenaicas se pueden encargar para catar este manjar tan apreciado y peculiar por estos lares.