Combatía sin descanso el propio yo, ejercitaba para con los hermanos la caridad, se guardaba de las menores negligencias a la regla —incluso involuntarias—, se mostraba atento a los movimientos de su corazón y por la tarde examinaba su conciencia para corregir al día siguiente las faltas cometidas.
Este proceder levantó tales antipatías entre estos últimos que el abad Porcario decidió exonerarlo de su cargo, con gran alegría para Cesáreo.
Porcario lo mandó entonces a Arlés, donde vivían unos familiares de Cesáreo, para que se recuperase.
Así fue como abandonó, después de cinco o seis años (490-496), aquel lugar.
Para formar clérigos instituyó una escuela episcopal y numerosas escuelas parroquiales, no admitiendo a los órdenes a quien no hubiera leído al menos cuatro veces toda la Biblia.
En la comida tenía lectura y solía preguntar a los comensales sobre el contenido de lo leído.
En una ocasión no dudó en bajar del ambón y correr tras las personas al ver que salían de la iglesia al empezar el sermón; en adelante se cerraban las puertas del templo en ese momento.
Acostumbrado a la obediencia monástica, la exigía de todos con energía; era muy riguroso con los jóvenes y pecadores.
Para salvar a estos últimos no dudó en vender los objetos preciosos del culto, como Lorenzo, Ambrosio y Epifanio.
Las gentes necesitadas de la ciudad entonces acudían en masa a él, para pedirle por sus necesidades, y no teniendo qué darles, pidió a varios personajes de la corte que lo ayudaran con sus bienes para hacer la caridad.
De vuelta en Arlés, ayudó mucho a Cesáreo la amistad con el prefecto Liberio, hombre recto y bueno que gobernó la provincia con gran humanidad.
Para ellas escribió la primera Regla femenina que abarca sistemáticamente toda la vida de las monjas.
Revisó varias veces esta regla hasta el final de su vida, en que le añadió la Recapitulatio para fijar definitivamente los puntos más importantes.
Este libro les quiere ofrecer herramientas para defender su fe; por eso es sencillo, al alcance de todos.
Sobre el problema del pelagianismo escribe: Quid domnus Caesarius senserit contra eos qui dicunt quare aliis det deus gratiam, aliis non det, además de los Capitula Sanctorum Patrum y los Capitula Sancti Augustini in urbe Roma transmisa.
En segundo lugar, la pobreza: los monjes debían vender todos sus haberes en bien de sus parientes o del monasterio.
Dicha regla fue adoptada en Italia, en el Rin, en Galia, y en muchos casos adaptada a los hombres.
No busca ser original en los libros de teología: acepta las conclusiones y razones aducidas por otros.
Como fuente principal para su vida contamos con los datos de la Vita S. Cesarii, escrita por cinco discípulos suyos.
En este relato se expone como propósito el narrar la verdad de los hechos, sin grandes pretensiones literarias: Unum tamen hoc in praesentis opusculi devotione a lectoribus postulamus, ut... non arguant quod stylus noster videtur pompa verborum et cautela artis grammaticae destitutus, quia actus nobis et verba vel merita tanti viri cum veritate narrantibus lux sufficit eius operum et ornamenta virtutum.
[...] Meretur siquidem hoc et Christi virginum pura sinceritas, ut nihil fucatum, nihil mundana arte compositum, aut oculis offeratur, aut placiturum: sed de fonte simplicis veritatis manantia purissimae relationis verba suscipiant (Praef.