En todas las ciudades antiguas de México, se consideraba a las catedrales el edificio más importante, ya que representaba no sólo el poder eclesiástico sino que también se mostraban como un símbolo del poderío social y económico de la comunidad.
Los primeros pasos que se dieron para la construcción de esta majestuosa catedral fueron en el año de 1855 y transcurrirían varias décadas, para que se pudiera terminar.
Se cuenta que su extrema e inusitada bondad, se debió a la solemne palabra de caballero que él había otorgado al padre Lacarra de terminar con su vida pecaminosa (vivía en amasiato con doña Concepción Moreno) casándose en la catedral una vez que ya estuviera terminada.
Esta imponente catedral fue diseñada y construida por Estanislao León, quien murió en las etapas finales de la construcción.
Estas torres, originalmente fueron diseñadas por el eminente constructor Natividad González, pero debido a un áspero desacuerdo sobre ciertos asuntos técnicos con el párroco padre García no llegó a terminarlas.
Honor que seguramente obtuvieron por las sustanciosas aportaciones económicas que realizaron para la construcción; las crónicas nos señalan que el altar mayor se debe a la bondad de los señores Manuel Herrerías y su esposa María de la Quintana, Pablo Hidalgo y su esposa Carmen, Antonio de la Peña y su hija Romana, Agustín José Elizondo y doña Francisca Navarro de Hidalgo.
En este último altar, se encuentran las tumbas del primer obispo que tuvo la diócesis de Mazatlán, Miguel García Franco, Q.
Actualmente, se están realizando trabajos extensivos de remodelacíon y recuperación arquitectónica y ornamental, en el que, con sumo cuidado se están respetando los lineamientos originales.
Ya en estos momentos se puede observar cómo poco a poco, la catedral está recuperando su hermosura y grandiosidad, gracias a la entusiasta colaboración de la grey católica del Puerto.