Según el conde del Águila (pariente cercano) “poseía desde muy pequeña, todas las prendas que podían adornar a una mujer de su tiempo: honda fe cristiana, rectitud y honestidad severas.
Fue siempre admirable la constancia con que trabajó toda su vida por convertir esta cualidad en virtud”.
No estaba considerada una buena casadera ni un buen partido pese a su noble linaje, ya que existía un legado en su familia por el cual sólo podía heredar un varón con el nombre de José.
Ello no fue óbice para que el rico propietario de la más importante bodega de Jerez, el empresario francés Pedro Domecq y Loustau, doce años mayor que ella, la pidiera en matrimonio.
Así se levanta a expensas del matrimonio el asilo de las Hermanitas de los Pobres en el barrio del Mundo Nuevo para acoger a ancianos desvalidos y sin recursos.
En efecto; algo simpático, algo santo hubiera faltado a este hogar, si en él no rigiera la ley santa de la hospitalidad, virtud natural que cultivaron los pueblos, y que Cristo al encarnarse divinizó, poniéndola en el número de las obras de misericordia.
Concentró entonces todos sus cariños en los de su hermana, en cuya casa pasaba la vida.
Corría el año de 1887 y ya habían comenzado los calores del estío, sofocantes, como suelen serlo durante esos meses Jerez.
Pedro, subyugado por el dolor, apenas acertaba a separarse de aquel sitio.
Sin embargo, poco duró en ellos esta natural flaqueza, Pedro, como hombre al fin, rompió el primero aquel lúgubre silencio; miró a su mujer enternecido, y le dijo con entereza: "Carmen, Dios nos la dio, Dios nos la quitó; sea su santo nombre bendito."
Poco después enfermó otro de los hijos, Luís, falleciendo rápidamente.
"Pues Dios —decía don Pedro— se ha dignado acordarse de nosotros enviándonos esta nueva prueba."
En secreto, hizo un voto de pobreza y se consagró a la Santísima Virgen como hermana terciaria carmelita con cuyo hábito, muchos años después, sería amortajada.
Imposible sería enumerar a nivel particular las personas de todas clases a quienes proporcionó la “señora madre”, como la llamaban los jerezanos, socorro en sus apuros y necesidades.
En todos estos centros, sostenidos fundamentalmente por la familia Domecq durante varias generaciones, la enseñanza era gratuita.
A poco abierto este convento, se creó una casa de ejercicios para obreras, gestionado por estas religiosas.
Dª Mª del Carmen Villavicencio Marquesa de Domecq d’Usquain año 1923”.
“Sólo Dios pudo contar - dijo una amiga de Dª Carmen - los vasos sagrados, copones, cálices, custodias y otros objetos del culto divino, que llegó a regalar a parroquias y conventos pobres de toda España”.
Sus grandes devociones fueron el Corazón de Jesús y la santísima Virgen en su advocación del Carmen.
Fue llevando la devoción al Corazón de Jesús a muchos hogares y pueblos de toda España, todo aquel que le pidiera una imagen del Corazón Divino, al momento era encargada al escultor barcelonés Miguel Castellanas Escolà y enviada a su destino.
Muy dolorosos debieron ser los siete meses que duró esta enfermedad, al verse impotente y en una inacción completaa.
Como hermana terciaria y gran devota de la Virgen del Carmen, fue amortajada con el hábito carmelita.
Miles y miles de personas se agolpaban en la plaza del Arroyo y sus aledaños al paso del féretro desde su palacio a la Colegial, para dar el último adiós a tan querida e ilustre dama.
En muchas ocasiones una de sus sirvientas alabó a su señora en vida exclamando: “No me extrañaría que algún día obrase milagros”.
Tanto fue así, que una señora anónima, escribió un libro sobre su vida titulado “Una dama según el Corazón de Dios”.
El proyecto, que no llegó a materializarse según el conde de Puerto Hermoso “por altas razones de delicadeza” o posiblemente por la situación política del momento, fue diseñado por Jacinto Higueras, discípulo predilecto del famoso escultor Mariano Benlliure.